lunes, 8 de abril de 2013

El día de la esperanza...



… Hoy es un viernes frío, como todos los días en Bogotá, la neblina tapa los cerros, pero nada que un tintico con panela no cure a esta hora de la mañana. Son las seis de la mañana y hoy es un día especial.

Hoy  tengo una entrevista de trabajo en una de las nuevas fábricas que están naciendo en la Sabana, por el norte y el occidente, mi traje negro, camisa blanca, la corbata y el sombrero están listos de anoche, lo que no encuentro es el paraguas para cubrirme de la llovizna que seguramente caerá al final de la tarde.

La mañana pasa y los nervios me empiezan a invadir, aun estoy en mi casa, veo hacia el cerro de Monserrate, le pido al Señor Caído que me ayude, me proteja y me permita obtener ese empleo como operario de una de las maquinas que tienen en la cervecería. El doctor me citó a la 1:30 de la tarde en el centro, hay en el café que queda en la calle Real, cerca al hotel Granada, uno de los más lujosos del país, muy cerca al tranvía, eso me permite ahorrar un poco de dinero…

Son más allá de las 12:30 del medio día y yo estoy nervioso pero listo para salir rumbo a mi entrevista de trabajo, un trabajo que cambiaría la forma de vida de mi familia y me permitiría salir a delante con mi esposa  y nuestro hijo que nacerá en los próximos días. Según la partera está muy pronto en llegar el nuevo miembro de la familia. Por ese hijo es que debo obtener ese empleo en la fábrica.

María, mi esposa, me da la bendición y me acomoda el pañuelo del traje negro, que solo me lo pongo para ir a misa y pues hoy que es una ocasión especial, camino desde mi casa, por la vía de tranvía, bajando hacia el centro de Bogotá para llegar puntual a la cita. Sé que estaré como media hora antes pero prefiero esperar al doctor y así dar buena impresión.

La tarde está fría, bajo por el Hotel Continental, a mi espalda está el cerro de Monserrate y pues al paso que voy alcanzaré a entrar a la iglesia de San Francisco, para hacer una pequeña oración.

Faltan cinco minutos para la una de la tarde, entró a la iglesia, hago mi venía ante el Cristo y entró en oración. No tengo mucho tiempo, tengo mi entrevista, así que Dios entenderá si no demoro, salgo por la puerta principal, pasa el tranvía de la una, sonando su campana y lleno de gente que va hacia sus trabajos, para la jornada de la tarde. A muchos les pagan su semana esta tarde, así que deben llegar puntuales para que el jefe operario les cancele a tiempo.

Estoy cruzando la calle de Jiménez de Quesada para quedar frente al café, al frente del Hotel Granada, cruzó la calle Real, veo mi muñeca izquierda,  mi reloj marca la 1:05 minutos, voy a llegar a tiempo a ver al doctor para que me diga a qué hora y en qué lugar tomó el camión para la cervecería.

Siento una ráfaga de viento frío que tumba mi sombrero negro, me agacho a recogerlo, lo limpio del polvo, nada puede dañar está gran oportunidad…  escucho un fuerte ruido, nunca había escuchado algo así, volteo a mirar hacia donde salió ese ruido, fue a mi espalda. Veo a un hombre grueso caer, una cara asustada se queda unos segundos viendo hacia la nada, su cara es de susto, como si despertara de una pesadilla, suelta un arma, y sale a correr hacia la droguería Nueva Granada, a unos  pocos metros de allí.

Otro hombre, me empuja, haciéndome caer al suelo, mientras va gritando: “¡Mataron a Gaitán, “Mataron a Gaitán!””, yo quede quieto, como si el tiempo se detuviera mientras esas palabras llegaban a mi cabeza. ¡Mataron a Gaitán¡ eso era imposible, como van a matar al futuro presidente de Colombia, pensé al reaccionar mientras me levantaba del piso, ví a unos amigos del hombre que cayó intentando levantarlo, cuando lo voltearon le pude ver la cara, no lo podía creer, el hombre que estaba en el piso y al cual trataban de ayudar era ‘el negro’ (muchos lo conocían así en forma despectiva, otros como los que compartíamos un poco sus ideas, que lo llamaran ‘el negro’ era la forma de sentirlo más cerca a nosotros), Jorge Eliecer Gaitán.


Mis ojos no lograron controlar una lágrima que salió sin dudar, mi esposa embarazada se me pasó por la mente, salí corriendo rumbo a mi casa, pero mi intento por salir de allí duro unos cuantos metros, la muchedumbre no permitía que nadie saliera de este lugar, cada vez veía más gente. Unos gritaban, otros lloraban, y al frente se veía como se llevaban a Gaitán a la Clínica Central que es la más cercana.

Todo parece mentira, sigo intentando salir de allí, pero no se puede, por el contrario, el gentío me lleva hacia la droguería, tal vez al llegar allí pueda salir más fácilmente, pienso.
Por fin la muchedumbre para, hemos llegado al frente de la droguería, no entiendo lo que están discutiendo allí pero un policía ordena al administrador cerrar la reja. No sé cómo pero en cuestión de minutos, llegan otros hombres y mujeres armados con palos, machetes, martillos o simplemente con los puños. Empiezan a golpear la reja de la ‘Nueva Granada’, cada vez con más furia, como un toro de casta.

Son tantos los golpes que la gente le da a la reja que está empieza a ceder, la gente con martillos, sigue golpeando hasta abrir una grieta en aquella barrera, yo sigo pensando en cómo salir de allí pero es tanta la gente que no me puedo ni mover, pienso en que mi nuevo patrón no va a esperar, tal vez estaba esperándome más temprano, porque los doctores son muy ocupados y si están más temprano pueden hacer más cosas en la tarde. Empujo a los que me tienen presionado, busco salir, a una de las mujeres que empujo con miras a salir, la veo a los ojos y es como si tuvieran el demonio dentro, la rabia se refleja en sus pupilas, el empujón que le doy no la quita del lado, sino que la anima más hacia la gente que está delante, halando la reja que está a punto de caer. No puedo salir, entre más lo intento, más me empujan hacia adelante. Mis lágrimas ahora son de desespero, no quiero estar allí, necesito darle una mejor vida a mi familia y para eso necesito estar en el café, esta revuelta no es mía y el doctor Gaitán seguramente ya se está recuperando en la clínica.

De reflejo veo la hora, en el reloj de uno de los hombres que empuñan un machete en su mano izquierda, ya es la 1:30 de la tarde, veo hacia atrás, hacia el café y no se ve nada, está la reja abajo, ya no hay ventanal en pie en toda la calle, el tranvía que pasa siempre a la 1:30 no lo dejan seguir, la gente se baja atropelladamente porque otros los están volteando, dos tranvías más que vienen detrás corren la misma suerte.

Un ruido seco hace que vuelva mi vista al frente, la reja de la droguería cayó, una décima de hombres ingresa al local y saca del pelo a un hombre asustado, se nota que ha llorado todo el tiempo, los dos policías que estaban dentro protegen al administrador y su esposa. Salen con el hombre como si fuera un trofeo, lo muestran por unos segundos y aunque las autoridades ya se encontraban en el sitio para custodiar al hombre, no hacen nada al escuchar las voces que al unísono gritan “mató a Gaitán”…

En fracciones de segundos el hombre es halado por su corbata, llevándolo al piso donde recibe toda clase de golpes de cientos de personas, un corrillo se forma para golpearlo de todas las formas. Nadie sabe quien da las voces de mando pero se escucha un coro terrorífico: “Al Palacio” y la muchedumbre empieza a marchar hacia el sur de la Calle Real, rumbo al palacio de San Carlos. Al hombre, ya herido, lo siguen golpeando con todo, lo toman de sus extremidades y lo arrastran por la calle como un animal.

Los gritos de aquel hombre son tan penetrantes, con tanto dolor que me llegan al alma, lo único que atino a decir es: “No le peguen más, lo van a matar”, nadie me pone cuidado, y por el contrario la muchedumbre vuelve a empujarme, esta vez con rumbo al Palacio.

No sé cuánto tiempo ha pasado, creo que son un par de minutos cuanto se escucha un gran estruendo, unos hombres acaban de romper el ventanal que salvaguarda una de las ferreterías más grandes que tiene la Calle Real, entran y se llevan todos los elementos, sin que yo participe en este robo termine empuñando un machete en mi mano derecha.

Las arengas y gritos llenos de odio se escuchan por todo lado, mis pensamientos solo están en mi casa, ¿será que saben lo que está pasando?, ya se divisa la cúpula de la Catedral Primada, no hay la misma cantidad de vehículos que siempre se encuentran parqueados en la plaza, seguramente con los acontecimientos han sido evacuados los que más pudieron.

La lluvia que empieza a caer en las calles bogotanas me devuelve de mis pensamientos y encuentro un silencio sepulcral, ni siquiera el hombre que arrastran por la calle grita. Lo perdí de vista no sé donde lo llevan pero el silencio es colectivo, como si la lluvia permitiera aclarar los pensamientos…

Al pasar por la puerta principal de la Catedral enciende los ánimos de la muchedumbre porque sabe que estamos a unos metros del Palacio de San Carlos, desde donde despacha el presidente de la República, de inmediato la poca seguridad que custodia los alrededores del palacio es reducida por la cantidad de gente que hacemos la camita, unos por voluntad otros porque no hemos podido salir de este gentío.

El presunto asesino, que había perdido de vista, volvió a aparecer, o bueno lo que quedaba de él, esa imagen nunca pensé verla, no entendía en mi conciencia como alguien podía asesinar a otro ser humano de esa forma tan atroz. Lo que estaban ubicando en la entrada del Palacio no era un hombre, era un animal sacrificado, la sangre se confundía con la carne, mejor con el hueso, porque la carne quedó en el asfalto, lo único intacto era la corbata.

Cualquier cosa puede pasar a partir de este momento, no sé cómo puede tener tanta rabia una persona, al punto de matar a una persona de esa forma tan cruel, otros mientras tanto están parando el tranvía que pasa por la Calle Real, lo incineran, veo hacia atrás, hacia  el norte de la ciudad, todo es una nube de humo negro, mezclado con lluvia, veo como el fuego empieza a consumir algunas edificaciones que hace unos minutos estaban siendo saqueadas ahora eran consumidas por el fuego.

Al ver este panorama, mientras veo como el Ejército viene hacia nosotros, no lo pienso más y empiezo a correr, esta vez como por una acción divina nadie me lo impide, puedo correr rumbo a los cerros y con ello poder llegar al rio San Francisco y así poder llegar a casa, tal vez allí no ha llegado la noticia y pueda estar bien al lado de mi esposa y mañana mismo salir de esta ciudad.

Corro tan rápido como puedo, subo por la orilla del río, todo huele a muerte, no hay más que incendios, a lo lejos se escuchan unos disparos, tal vez el Ejército tomó el control del palacio y convenció a la gente de volver a sus casas. Todo es humos, fuego y destrucción, la muerte y desolación no desamparan los cerros.

Es raro, pero no reconozco las calles por donde paso no hay nada en pie, mi sentido de orientación me dice que estoy cerca a mi casa, pero no veo nada más que fuego, ninguna casa está en pie, los niños lloran, algunos viejos están rezando para que la lluvia ayude a apagar las llamas, no veo a mi esposa pero mi corazón me dice que está bien, avanzo poco a poco en medio de la destrucción, se que podré darle un abrazo y salir de allí…




Así como este hecho, que para el caso es salido de la ficción, muchos otros REALES podrían ser contados por las víctimas o sus familias… un poco de la historia de este país es conveniente recrearla de mil formas para no olvidarla y así evitar repetirla…





El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, fue un momento trágico y de cambio en la sociedad colombiana que se evidenció con mayor énfasis en Bogotá que en el resto del país. No en vano la fecha es recordada como “El Bogotazo”. El proceso político del país tomó un nuevo curso. La ciudad también experimentó cambios notables. Con los acontecimientos desatados en esa fecha, algunos edificios del centro como el Ministerio de Gobierno, la Nunciatura Apostólica, el Palacio Arzobispal, el Palacio de Justicia, la Gobernación y el hotel Regina fueron consumidos por las llamas. También se produjeron intensos saqueos a locales comerciales.



El saldo dejado por este acontecimiento fue de centenares de muertos, muchos de ellos esparcidos por las calles. Algunos historiadores afirman que esos hechos marcaron el fin de la ciudad republicana y el nacimiento de la llamada ciudad moderna. De cualquier modo, sus repercusiones urbanas y sociales fueron profundas y duraderas, implicando en particular el desplazamiento hacia el norte de las clases pudientes de la capital.
Fuente: wikipedia



@NICOLASRINCON
Fotografías tomadas de internet

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